La señora Conchita no vivía muy lejos. No residía en China ni en África. Su infierno lo vivía puerta con puerta a la nuestra. Era nuestra vecina, vivía en nuestra misma ciudad.
Su problema no era el de no tener una casa donde habitar, ni una hipoteca que pagar, su problema era otro. Su problema era, simplemente, ser pobre. Tan pobre que murió sola, encerrada en sus cuatro paredes, aprisionada por la soledad y la angustia. Era tan pobre que no podía ni pagarse su propio funeral, del cual tuvo que hacerse cargo el ayuntamiento. Ni una corona de flores, ni una comitiva fúnebre. Ni una misa. Ni un funeral. Porque era pobre.
Su problema comenzó a raíz de una herencia, tenía piso, el piso donde siempre había vivido, pero no podía disfrutar de él Simplemente porque no tenía dinero para pagar su parte de la herencia y, entonces, un juez decidió que debía morir. No firmó su sentencia de muerte, pero casi, porque fue eso lo que, al fin y al cabo, terminó con su vida.
Supuestamente, y a estas alturas, se iba a lograr impedir todo tipo de desahucios. Se iba a impedir que ocurrieran estas cosas, que la gente, desesperada al verse en la calle, se arrojasen por la ventana, como por desgracia ha ocurrido en varias ocasiones. Pero la realidad es bien diferente y a veces nos abofetea contundentemente. En todo el rostro. Y una señora de 55 años tuvo que pagar con su vida, simplemente por no tener más que miseria. Por no tener joyas ni diamantes, ni una abultada cuenta en el banco. Y por eso era un cero a la izquierda para nuestra sociedad consumista: no valía nada. Mejor quitarla de en medio.
Nadie la empujó a tirarse por un balcón, pero todos con su ineficiencia, pasándose la pelota unos a otros, con su falta de humanidad en el caso de los jueces, con su ineficiencia en el caso de las Administraciones Públicas, y con su indiferencia en el caso de todos nosotros, sus vecinos, todos tenemos hoy nuestras manos manchadas de sangre.
Nadie la recordará ni hará un minuto de silencio hoy por ella. Porque era pobre.
Por desgracia no es el único caso, hay muchos parecidos en los servicios sociales. Personas, familias que heredan un piso pero que no pueden hacer frente a los gastos de poder quedarse en la casa donde siempre han vivido.Y entonces las cuentas del banco se bloquean, las compañías del gas y la luz no dejan cambio de titulares, ni pago de recibos, porque están en una situación ilegal. Es vivir peor que de okupas, porque de okupas al menos puedes poner algunos servicios a tu nombre. En este caso no, estás alojado en un piso cuya legalidad se encuentra en el limbo. Lo peor es que tampoco te dejan alternativa, no puedes solicitar una vivienda en promoción ni un piso de emergencia porque supuestamente tienes uno, aunque en realidad no lo tengas. Para lo que interesa, lo tienes. Para otras cosas, no te pertenece. Así que no puedes irte a ningún lugar. Estás bloqueado.
Yo conozco el caso de una familia que está en la misma situación, con todos sus miembros en paro, no pueden irse a un piso de alquiler porque, sin nómina, no te lo dan. En VIPASA, cuya labor supuestamente es paliar situaciones como éstas, es aún peor, porque si estás sin nómina tampoco te lo darán. Lo han recorrido todo, han llamado a todas las puertas y en todos lados han ignorado su problemática, y ahí siguen: en una casa que legalmente no es suya, pero de la que tampoco pueden salir porque ni tienen dinero para hacerlo ni les dan acceso a un hogar de promoción pública o a una vivienda temporal.
La ruleta sigue girando, ¿el próximo número cual será? Puede que sea el de ellos, y luego intentaremos lavarnos las manos. Nadie parece poder ni querer hacer nada. Es mejor molestarse por los problemas de los sirios, de los subsaharianos, que aunque duros y tristes, esos nos caen lejos y así no nos mojan, que preocuparse por los problemas, tanto o más acuciantes, de las personas que los sufren a nuestro alrededor. Los servicios sociales están cansados de escuchar las mismas problemáticas. Lo único que pueden aconsejarles es que aguanten... Mientras puedan. Que aguanten el tipo ante el limbo legal en el que se encuentran inmersos.
Lo más trágico es que ocurre aquí, en nuestra propia ciudad. Puerta a puerta con nosotros. Quizá sea tu vecino, quizá ese chico o esa señora que con su calderilla va a comprar el pan a tu mismo supermercado. Nosotros, en nuestros "mundos de Yupi", seguimos con los ojos cerrados, apretando fuerte la venda que cubre nuestra vista para que no se nos caiga, no sea que lo veamos y nos demos cuenta de nuestra hipocresía. Seguimos preparando "san mateos" y "san fermines" con el dinero que otros necesitan para comer. Pero tranquilo, porque el próximo... El próximo puedes ser tú, y entonces, ¿qué harás?
Que nadie se muera por ser pobre. Que nadie de nuestros vecinos se quede sin hogar por ser pobre. Porque sino con nuestro silencio o nuestra inacción seremos tan culpables de su desgracia como los que los condenan a muerte. Tal vez muchos de nosotros no podamos hacer nada, no podamos darles nada pero, al menos, no les demos la espalda.
Descansa en paz Conchita, Que encuentres el descanso que aquí no has logrado encontrar, y que nadie más tenga que morir por circunstancias parecidas.